martes, 2 de noviembre de 2010
viernes, 29 de octubre de 2010
Aventura
La cosa es que la acompañé a hacer unos tramites a un CGBA, uno de esos centros barriales del Gobierno que también tienen un Registro Civil, y cuando íbamos a salir, miré al suelo, porque había estado a punto de resbalarme con algo, y veo:
Arroz.
-Uy -le digo a Caro -alguien se casó.
Y justo empieza a llover bien fuerte afuera, la puerta de salida estaba en una parte angosta, casi un pasillo del lugar, y daba a unos ascensores de los que en algún momento habrá salido gente, porque al fijarme -había estado mirando afuera, buscando un taxi- de pronto y como salida de la nada, ví una doble fila, bien pegada a cada pared, de personas con bolsitas de arroz. -Cagamos- me dije -Ahí vienen los novios. Los de la fila hablaban, comentando probablemente pormenores del casorio, con las manos amenazadoramente metidas en las bolsitas. Empezaba a quedar poco espacio entre la alegre parentela y nosotras; surgió un camarógrafo que para colmo nos sonreía desde el pequeño tumulto que se había formado en torno al ascensor, como saludando a familiares que no conocía, y del otro lado llovía cada vez más fuerte. Ahora era demasiado tarde para tomar la decisión de correrse hacia la otra ala del edificio, ellos habían tomado el pasillo y obturaban la salida; de afuera entraba un viento frío y mojado. Había un no se qué de película de zombies, pero en clave amable, en todo aquello. Junto a mí -casi encima -se materializaron dos sujetos. Primero uno, pariente, casi seguro padre de alguno de los novios y luego otro que iba hacia él, tendiéndole una cajita donde según se infería de la conversación, se encontraba la grabación de la ceremonia. El otro insistía -no, mire, no tengo ni una moneda. Me dejé la plata en casa. El señor de la cajita -el juez casi seguro -insistía, gesticulaba y creo, trato de creer, que me empujaba sin darse cuenta; se movía y me empujaba con su brazo como si estuviese en un colectivo lleno, hablando fuerte con el otro. Yo lo miraba y miraba al camarógrafo que seguía mirándonos y estaba decidido a encender su cámara de un momento a otro y miraba al familión rampante con sus bolsas de arroz y miraba la lluvia afuera y en eso pasó un taxi.
Fue una retirada estratégica. Táctica, en realidad.
Arroz.
-Uy -le digo a Caro -alguien se casó.
Y justo empieza a llover bien fuerte afuera, la puerta de salida estaba en una parte angosta, casi un pasillo del lugar, y daba a unos ascensores de los que en algún momento habrá salido gente, porque al fijarme -había estado mirando afuera, buscando un taxi- de pronto y como salida de la nada, ví una doble fila, bien pegada a cada pared, de personas con bolsitas de arroz. -Cagamos- me dije -Ahí vienen los novios. Los de la fila hablaban, comentando probablemente pormenores del casorio, con las manos amenazadoramente metidas en las bolsitas. Empezaba a quedar poco espacio entre la alegre parentela y nosotras; surgió un camarógrafo que para colmo nos sonreía desde el pequeño tumulto que se había formado en torno al ascensor, como saludando a familiares que no conocía, y del otro lado llovía cada vez más fuerte. Ahora era demasiado tarde para tomar la decisión de correrse hacia la otra ala del edificio, ellos habían tomado el pasillo y obturaban la salida; de afuera entraba un viento frío y mojado. Había un no se qué de película de zombies, pero en clave amable, en todo aquello. Junto a mí -casi encima -se materializaron dos sujetos. Primero uno, pariente, casi seguro padre de alguno de los novios y luego otro que iba hacia él, tendiéndole una cajita donde según se infería de la conversación, se encontraba la grabación de la ceremonia. El otro insistía -no, mire, no tengo ni una moneda. Me dejé la plata en casa. El señor de la cajita -el juez casi seguro -insistía, gesticulaba y creo, trato de creer, que me empujaba sin darse cuenta; se movía y me empujaba con su brazo como si estuviese en un colectivo lleno, hablando fuerte con el otro. Yo lo miraba y miraba al camarógrafo que seguía mirándonos y estaba decidido a encender su cámara de un momento a otro y miraba al familión rampante con sus bolsas de arroz y miraba la lluvia afuera y en eso pasó un taxi.
Fue una retirada estratégica. Táctica, en realidad.
martes, 22 de junio de 2010
domingo, 20 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
sábado, 12 de junio de 2010
jueves, 3 de junio de 2010
la noche, sobre nuestras cabezas
La noche sobre nuestras cabezas es como la selva que linda con la ciudad. Un espacio salvaje, preñado de misterio, terriblemente cercano. Uno echa la cabeza hacia atrás y siente que se podría caer del frágil precipicio del suelo hacia el abismo negro de la noche. Así tal cual.
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