sábado, 29 de mayo de 2010

¡Éxitos!

Primero que nada está lo obvio: la razón estética.
Me resulta pretencioso y desagradable esta cosa de modernizar hábitos lingüísticos para acomodarlos a la corrección política del momento. Con tantas prolijidades y tanta semiología de pacotilla, el discurso termina pareciéndose a esos livings exasperantes que tienen carpetitas bordadas debajo de todo. Verbigracia el todos-y-todas de Cristina Kirchner o el repugnante eufemismo "capacidades diferentes".
La cosa es que cuando en lugar de "¡suerte!" escucho gritar "¡éxitos!", algo en mí lanza un gemido sordo como el de Largo cuando no lo dejaban tocar el clavicordio.

¡Éxitos!

¿A qué viene eso? No sé, pero yo nunca logro sentirme contenta cuando en lugar de decirme “suerte” me dicen “¡éxitos!”. Cuando uno desea suerte, se entiende que desea el éxito del otro. Entonces ¿cual es la necesidad de ponerse tan específico? En realidad está claro, pero en algún momento alguien me explicó que desear suerte implica suponer que el otro necesita suerte para alcanzar su objetivo, y que por eso él desea "éxitos", queriendo decir que confía en el resultado del esfuerzo y no en el azar. A mí me late que el preciso instante en que esa persona está yendo a enfrentarse con algo para lo que se estuvo preparando, no es el mejor para recordarle, por omisión, que más vale que se haya puesto las pilas.
Nada más fácil que sacar la conclusión de que algo no sirve, cuando uno cree que en el mundo hay sólo dos o tres cosas para hacer. Naturalmente que medio Universo sale sobrando. Desear suerte forma parte de un mundo donde la metáfora, los valores intangibles y la imaginación forman parte de la vida. Un mundo donde la gente llora cuando está triste, aunque las lágrimas no arreglen nada; se ríe de los chistes porque son graciosos, y festeja la Navidad aunque sepa que es un rito pagano, que Jesús no nació en esa fecha y que en una de ésas no nació en absoluto, porque no se trata del nacimiento de Jesús, ni de la razón de la carcajada, ni de arreglar las cosas con lágrimas, se trata de otra cosa, mucho más importante, que es… darse cosas, con las palabras y los gestos, viejo, si encima hay que explicarlo lo próximo van a ser instrucciones para dar un beso, y yo renuncio.


Es importante no creerse tan fácilmente más listo que el propio acervo, porque se pueden hacer pésimos negocios creyendo saber lo que vale una palabra. Hace poco le cambiaron el nombre a un teatro. Por el nombre de un banco. Digo, es un ejemplo.

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